
1. El llamado a ir a lo profundo y echar las redes, y la misión del discípulo
La escena en que Jesús está de pie a orillas del lago de Genesaret, en el mar de Galilea (Lc 5:1-11), es un pasaje que ya conocemos por varios evangelios, pero el capítulo 5 de Lucas ofrece una descripción algo más detallada y vívida que Mateo 4. En particular, la orden “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar” (Lc 5:4) y la declaración “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5:10) muestran directamente la misión concreta de quienes han sido llamados a ser discípulos. Es el punto de quiebre que revela de forma dramática cómo personas comunes, como Pedro, Andrés, Jacobo y Juan —pescadores del lago de Galilea—, llegan a ser “pescadores de hombres”.
El pastor David Jang, al predicar sobre este texto, interpreta la orden de Jesús “Boga mar adentro y echad vuestras redes” como una “misión divina” y como una pauta de acción práctica para cumplir la “Gran Comisión”. La transición de pescar peces a pescar hombres representa un salto de dimensión tan grande que escapa a toda lógica o conocimiento humano. Por ello, en esta escena, Pedro siente temor y exclama: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc 5:8), mientras que Jesús responde: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5:10). Aquí se revelan al mismo tiempo el temor y el entusiasmo que vive el discípulo llamado por Jesús, junto con la profecía de un camino totalmente diferente a su vida anterior. Lucas 5:1-11 expone este suceso en el que se fusionan la inquietud del hombre y la palabra profética del Señor.
En este punto, debemos meditar de nuevo acerca de la orden “Boga mar adentro, y echad vuestras redes”. No se trata simplemente de pescar o no pescar. Para algunos, puede ser un momento crucial para afirmar la vocación recibida en la mitad de su vida. El acontecimiento a orillas del lago de Genesaret interpela continuamente la esencia de nuestra existencia: ¿Para qué vivimos? ¿Con qué propósito hemos sido llamados? Jesús ordenó a aquellos discípulos, quienes eran pescadores, que entraran en aguas profundas. Estaban cansados y derrotados, lavando las redes en la orilla después de una noche de fracaso, cuando el Señor les dio esta instrucción que contradecía toda lógica: “Vayan de nuevo al mar y echen las redes”. La confesión realista de Pedro —“Maestro, habiendo trabajado toda la noche, nada hemos pescado”— quedó en entredicho al pronunciar Jesús Su palabra, la cual volteó por completo la situación.
El pastor David Jang enfatiza que esta es precisamente la verdad paradójica que acontece dentro de la fe. En la realidad, sí puede que exista la situación de “ya lo intenté todo, no se pudo, regresé con las manos vacías”. Y eso a veces ocurre en la evangelización y la misión: por mucho que nos esforcemos, parece que no hay resultados ni frutos. Sin embargo, cuando volvemos a obedecer la palabra del Señor, es decir, “Boga mar adentro”, podemos experimentar el milagro de las redes que se llenan hasta romperse. Este hecho histórico y a la vez simbólico fue lo que dio inicio al camino de los discípulos como “pescadores de hombres”.
En realidad, la respuesta de Pedro: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red” (Lc 5:5) contiene un principio vital. Aun con toda la experiencia y conocimiento humano, e incluso con el cuerpo y la mente exhaustos que ya habían renunciado, la fe en la palabra de Dios lo impulsó a obedecer una vez más. Y al seguir esa palabra, al echar las redes, se pescó tal cantidad de peces que las redes se rompían. Tuvieron que llamar a otra barca para que los ayudaran, y ambas barcas comenzaron a hundirse de tanto peso. Esto muestra simbólicamente la abundancia que se recibe cuando se actúa siguiendo la palabra del Señor. Lo mismo ocurre en la obra evangelizadora: salvar almas no depende de la capacidad o sabiduría humanas, sino de la obediencia a la palabra y de la obra del Espíritu Santo.
Al ver semejante escena, Pedro exclamó: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. Esto no era solo el producto de un simple sentimiento de culpa, sino la conciencia de que “ante quien obra tal poder, nada puedo hacer; mi vida es pobre e insignificante”. Al confrontarse con el Señor todopoderoso, experimentó cuán limitados eran sus propios recursos. Sin embargo, Jesús dijo: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”, abriéndole un nuevo camino. Ser invitado a una dimensión completamente distinta puede provocar temor y resultar un desafío desconocido para el ser humano, pero allí donde está la promesa y el mandato del Señor, hay la certeza de su cumplimiento.
Ahora debemos asumir las palabras de Jesús como un llamado que también nos atañe hoy. En general, se suele aplicar esta escena al ámbito de la evangelización, comprendiendo que “qué comer o de qué vivir” —los asuntos cotidianos— y la “tarea de salvar a las personas” —la dimensión espiritual— están estrechamente vinculados. A lo largo de la historia de la iglesia, el imperativo “seréis pescadores de hombres” ha sido muy apreciado como uno de los textos centrales sobre evangelización y misión. Basándose en esta palabra, la iglesia ha crecido y muchos creyentes han aprendido la entrega y la obediencia. El pastor David Jang se refiere a ello como “la orden de ir a las aguas profundas es el llamado inmutable de Dios para todas las generaciones y para todo el mundo”.
Además, en este pasaje podemos resaltar otro aspecto: el proceso de desprenderse de la identidad de “pescador” para asumir la de “pescador de hombres” sucede en un instante muy breve. Normalmente, se cree que para un gran cambio en la vida se necesita mucho tiempo, pero cuando Jesús dijo a Pedro “Boga mar adentro”, él respondió “en Tu palabra echaré la red” y, de inmediato, experimentó esa obra milagrosa. Esa experiencia sirvió de detonante decisivo para entrar en el camino del discipulado, hasta el punto de que abandonaron todo y siguieron a Jesús (Lc 5:11). No se trata de que, a partir de aquel día, jamás volvieran a pescar, sino que sus prioridades y su propósito supremo cambiaron: ahora estaban puestos en el reino de Dios y en la salvación de las almas. En otras palabras, la misma acción de “echar las redes” adquirió un nuevo significado.
Así, el mandato de Jesús reordena la vida entera de una persona. Deja de ser una red para pescar peces y se convierte en una red para salvar personas; se pasa del pan de cada día a la misión de salvar las almas; se abandona la mentalidad de “trabajamos toda la noche y no conseguimos nada” para sumergirse en “la sorprendente victoria de confiar en la palabra del Señor”. Todo este proceso nos transmite un mensaje profundo. El pastor David Jang explica que, si bien en apariencia la mecánica entre pescar peces y ganar almas se parece, en realidad pertenecen a dos dimensiones muy distintas. Sin embargo, Jesús recurre a esa imagen para que cualquiera pueda entender con facilidad el evangelio. Esta es una característica narrativa de los evangelios y la forma propia de enseñar que tenía Jesús.
Por lo general, estudiantes de teología y obreros de la iglesia han predicado muchas veces sobre la frase “Boga mar adentro, y echad vuestras redes”. Esto se debe a que el escenario de la evangelización parece precisamente “mar adentro”, donde a simple vista es imposible cosechar frutos con nuestras fuerzas. Cuando muchos pierden la esencia de la iglesia y el evangelio, o se alejan de la labor evangelizadora esperando que “alguien más la haga”, esta palabra de Jesús vuelve a despertar a la iglesia. La experiencia del fracaso y el aparente esfuerzo en vano puede agotarnos, pero quien se atreve a echar nuevamente las redes “en Su palabra” acaba presenciando una abundancia inesperada.
Partiendo de esta interpretación del pasaje, el pastor David Jang presenta una visión concreta para la obra de la iglesia, la misión y la educación, invitándonos a adentrarnos realmente “en aguas profundas”. Por ejemplo, con la fundación de Great Commission University (GCU), se propone no solo impartir conocimientos, sino también saciar la sed espiritual de los estudiantes y enviarlos al mundo para la obra misionera. Si la educación eclesiástica se había limitado a la tradición y la forma, ahora llama a convertirla en el “mar profundo” —la oportunidad de cumplir de manera real el mandamiento de “id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt 28:19)—.
El pastor David Jang exhorta a la iglesia, a las distintas organizaciones de ministerio e incluso a cada persona en su lugar de trabajo a “ir a lo profundo y echar la red” para experimentar la obra de Dios. No se trata de quedarse en lo familiar y cómodo —en la orilla—, sino de lanzarse a ese mar inmenso y desconocido. Allí acecha el temor al fracaso, pero allí también está la promesa de la presencia y la palabra del Señor que garantiza una victoria asombrosa.
Así pues, en Lucas 5:1-11 el milagro no reside solamente en la pesca en sí, sino en la experiencia de un grupo de pescadores que recibe un llamado a un plano completamente diferente, y que, al someterse, contempla “el mundo de Dios”. La transformación de una red vacía a una red llena de peces, la valentía de adentrarse en lo profundo confiando plenamente en la palabra del Señor, y la revolución que conlleva convertirse en “pescadores de hombres” expresan claramente este cambio radical de la vida. Los discípulos respondieron con tal decisión que dejaron todo y siguieron a Jesús (Lc 5:11). El pastor David Jang afirma que este mismo llamado sigue vigente para nosotros hoy. No es un llamado a una actitud pasiva de esperar en la iglesia, sino a una acción concreta de salir y trabajar en la evangelización y la misión.
El eje central de este suceso es la pregunta: “¿Para qué nos ha llamado el Señor?”. El apóstol Pablo, en 1 Corintios 1:26, dice: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación…”. Los llamados por Dios son consagrados para la gloria de Dios, y esa consagración se traduce en el acto de “ir a lo profundo y echar la red”. Nuestra vocación no se restringe al culto y al servicio dentro de la iglesia; se extiende a todos los ámbitos de la vida con el objetivo de salvar almas y llevarlas a la vida eterna.
Otro aspecto para resaltar es el miedo de los discípulos. Hasta que escuchó “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”, Pedro albergaba un temor vago ante ese “mundo más grande” que no conocía. Él se había conformado con su modo de vida como pescador, o tal vez se había aferrado a su forma de subsistencia. Convertirse en “pescador de hombres” implicaba ingresar a un ecosistema completamente distinto. Sin embargo, ese miedo debería transformarse en ilusión y esperanza. Cuando Dios llama a ensanchar nuestro territorio, también nos invita a abandonar la zona segura. Esto se repite de manera simbólica en la jornada espiritual de cada creyente.
La orden de “ir a lo profundo y echar las redes” inicialmente puede despertar la memoria de fracasos pasados. Como dijo Pedro: “Maestro, habiendo trabajado toda la noche, nada hemos pescado”, podemos sentirnos atados por el recuerdo de intentos fallidos. Pero la palabra de Dios excede nuestras carencias e impotencia. Cuando tomamos la decisión de “echar la red basados en Su palabra”, finalmente presenciamos frutos sobrenaturales. Allí Pedro confesó: “Soy hombre pecador”. Tal vez antes presumía de su experiencia en alta mar, de su técnica de pescador y de sus años en el oficio. Sin embargo, cuando el Señor pronuncia una sola palabra, todos nuestros cálculos y pronósticos se vuelven inútiles. Es entonces cuando el ser humano, reconociendo su fragilidad, se rinde ante el Señor. Pero esta rendición no conlleva culpa o derrota, sino que abre la puerta a un nivel de vida completamente renovado.
En ese sentido, el pastor David Jang explica que cuando nos humillamos y obedecemos al Señor, podemos acceder al “mar más profundo” y a la “visión más amplia” que Él nos propone. Esta enseñanza no se limita a la fe personal, sino que se aplica a la iglesia como comunidad y a toda la tarea de la expansión del reino de Dios. En el campo misionero o en la evangelización, especialmente al dirigirnos a países lejanos o culturas desconocidas, a menudo experimentamos “redes vacías” una y otra vez. Nuestros conocimientos y estrategias pueden resultar inútiles. Pero cuando el Señor dice “ahora ve a aguas más profundas” o “prueba un método nuevo”, los que obedecen terminan viendo frutos abundantes.
El pastor David Jang aplica la misma lógica en campos como las artes, la música, los negocios, la academia o el servicio social. Si alguien es artista, puede preguntarse cómo transmitir el mensaje de Dios a través de sus obras; si es músico, cómo conmover lo profundo del corazón de las personas —sea en la alabanza o en la música secular—; si tiene un negocio, de qué manera su actividad comercial puede llevar a más personas al Señor. En todos estos ámbitos, la esencia es la palabra del Señor. Nuestras energías o metodologías tienen límites muy claros.
Lucas 5 muestra que cuando obedecemos a un Jesús que se manifiesta de forma a veces inesperada, rompemos el molde de nuestros fracasos o limitaciones previas y descubrimos un llamado a otra dimensión: “Desde ahora serás pescador de hombres”. No solo se aplica a los discípulos de aquel entonces, sino también a todos los cristianos de hoy. Ser “pescador de hombres” significa “salvar vidas”. La razón de ser de la iglesia es salvar almas, y cada creyente está llamado a invertir sus talentos y su tiempo en esta misión.
Si olvidamos la orden “Boga mar adentro, y echad vuestras redes”, seríamos como la sal que pierde su sabor (Mt 5:13). Si la sal no sala, la gente la desecha y la pisa. Es fundamental que la iglesia y cada cristiano reconozcan que su misión es la evangelización y la misión, es decir, salvar a las personas. Por muy grande o estable que una iglesia sea, por mucho dinero que posea o por muy variadas que resulten sus actividades, si pierde de vista la salvación de las personas, es como la sal desvanecida. Al inicio, los discípulos sintieron un gran temor ante el llamado de Jesús, y nosotros también podemos experimentarlo. Pero Jesús sigue diciendo: “No temas”.
Guardar esta promesa y avanzar hacia una nueva dimensión es la clave para dejar atrás la “red vacía” y gozar la abundancia espiritual. La evangelización no es un asunto de artimañas o técnicas humanas: aunque trabajemos toda la noche, es posible no conseguir nada. Pero la palabra de Jesús —junto con su guía— abre la puerta al reino de Dios. Así ocurrió con los discípulos en Galilea, y lo mismo puede sucedernos hoy con el poder del evangelio.
2. El tiempo de la cosecha y la visión de la salvación de las almas
En Mateo 9:35-38 vemos a Jesús recorriendo todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y dolencia. A continuación, leemos: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9:36). Jesús vislumbró el estado espiritual de la gente y observó que vagaban como ovejas sin pastor. Luego pronuncia la famosa figura sobre la cosecha y los obreros: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt 9:37-38).
El pastor David Jang combina este pasaje con el de Lucas 5 sobre los “pescadores de hombres”, señalando que ambas metáforas (la pesca y la cosecha) apuntan a la misma misión: anunciar el evangelio y salvar almas. Si en Galilea el acto de “pescar” sirvió como imagen de la evangelización, en la metáfora de “la cosecha” (Mt 9) se ilustra la recolección de las almas en la tierra. El mar es un lugar profundo e impredecible, mientras que el campo está a la intemperie y bañado por la luz del sol. Pese a sus diferencias, ambas imágenes convergen en el mismo objetivo: salvar a las personas y conducirlas a la vida eterna.
“La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos” es una palabra de Jesús que sigue vigente en todas las épocas de la historia cristiana. También hoy queda mucha tierra para sembrar el evangelio; fuera de la iglesia hay incontables almas que vagan cual ovejas sin pastor. Y sin embargo, el problema de la “escasez de obreros” persiste. A veces las iglesias se afanan por tener edificios más grandes y más programas, pero descuidan formar “obreros” que trabajen para cosechar las almas. La evangelización y la misión pueden pasar a ser algo que “alguien más hará” o que otros delegan. Sin embargo, Jesús insiste: “Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros”. Esto requiere una participación activa y un clamor a Dios para que se levanten y sean enviados.
Esos obreros son los mismos “pescadores de hombres” de Lucas 5. Jesús llamó a pescadores sencillos de Galilea y los transformó en apóstoles que cambiarían la historia mundial. Aunque no eran la élite ni formaban parte de la jerarquía política o religiosa, al obedecer el llamado de Jesús, se convirtieron en los pilares de la difusión del evangelio. Ellos predicaron el mensaje del perdón de pecados y del reino de los cielos hasta los confines del mundo. Este principio se aplica de igual forma a la iglesia actual. Dios sigue llamando a personas comunes y corrientes en su vida diaria, diciéndoles: “Desde ahora serás pescador de hombres”. Y como “la mies es mucha, mas los obreros pocos”, la iglesia debe formar y enviar estos obreros con urgencia.
El pastor David Jang subraya la necesidad de que la iglesia, los pastores, los teólogos y cada creyente reaviven el sentido de esta misión. Hay que superar la visión individualista de “mientras yo tenga mi salvación asegurada, es suficiente”, y poner en el centro de la vida la “Gran Comisión” de llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. Según Mateo 28:19-20, Jesús ordenó: “Id, y haced discípulos a todas las naciones…”. Este es el encargo supremo para la comunidad cristiana. Además, Jesús prometió: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). No es un camino que recorramos solos; es un sendero acompañado por el mismo Señor.
El momento de la cosecha es ahora. A menudo lo posponemos pensando: “No estoy listo; cuando llegue el momento…”. Pero Jesús dijo con firmeza: “La mies es mucha”. Es decir, los campos están blancos y listos para la siega, si tan solo hubiera suficientes obreros dispuestos. La dificultad radica en la falta de obreros y, por ende, se convierte en una llamada de atención a la iglesia y a cada creyente para que “vayamos”. En la historia de la misión, siempre ha habido hombres y mujeres que se adelantaron con sacrificio, permitiendo que el evangelio fuera sembrado en nuevas regiones y culturas para luego ver nacer nuevas iglesias y ganar almas.
En este sentido, la exhortación de “rogad al Señor de la mies” debe resonar profundamente en la iglesia. No se trata solo de orar: a veces, los que oran también han de transformarse en la respuesta a esa petición. El pastor David Jang lo recalca: “Al orar, decide también ser tú uno de esos obreros”. La oración es el canal de comunión con el corazón de Dios y, a su vez, el motor que transforma nuestras vidas. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, cuando alguien oraba, el Señor revelaba Su voluntad y los llamaba para llevarla a cabo. Moisés, David, Isaías o Jeremías sintieron su propia insuficiencia, pero se levantaron para cumplir el mandato de Dios. Así exclamó Isaías: “Heme aquí, envíame a mí” (Is 6:8).
Ocurrió lo mismo con los pescadores en Lucas 5: la noche de trabajo infructuoso con redes vacías culminó en el milagro cuando obedecieron al mandato de Jesús. Ese milagro no se limitó al aspecto material de la pesca, sino que los condujo a preguntarse: “¿Ahora qué debo hacer?”. Ellos “dejándolo todo, le siguieron” al instante (Lc 5:11). Seguir a Jesús implicó resignar sus prioridades cotidianas para abocarse a la difusión del evangelio y a la edificación de la iglesia. Así, fueron transformados en los instrumentos fundamentales de la propagación del mensaje de Jesucristo. El pastor David Jang enseña que la iglesia y los cristianos de hoy debemos recorrer el mismo proceso. Reconocer nuestras “redes vacías” y, basándonos en la palabra del Señor, arrojarlas de nuevo.
“Redes vacías” no significa solo el fracaso en la evangelización o el lento crecimiento numérico de la iglesia. Puede aludir también a mi alma cuando está distante de Dios o a una vida espiritual mecanizada, sin sed por la palabra. O quizá describa a una iglesia que se repliega tras sus muros, sin ejercer la influencia de luz y sal en el mundo. Estos estados de carencia espiritual son “redes vacías”. Y aun así, el Señor nos dice “Boga mar adentro”. Nuevamente, la orden es obedecer Su palabra.
El escenario de la cosecha siempre nos exigirá nuevas iniciativas. Aferrarnos a “las formas antiguas” y al “viejo estilo de evangelizar” puede no resultar efectivo en una cultura cambiante. El contenido esencial del evangelio nunca cambia —Cristo crucificado y resucitado que venció el pecado y la muerte—, pero las maneras de anunciarlo, así como los contextos en los que debemos adentrarnos, sí varían en cada generación.
Por otro lado, la forma de actuar de Jesús en Mateo 9 —visitar todas las ciudades y aldeas, enseñar en las sinagogas y sanar enfermedades— nos ofrece pistas de gran relevancia. Jesús no se quedaba quieto esperando a que la gente llegara a Él, sino que salía al encuentro de las multitudes y se involucraba en sus necesidades y dolores. Este es un modelo que debemos imitar: la iglesia está llamada a salir al mundo real, donde hay personas heridas y marginadas, para llevarles el amor de Jesús y el mensaje del evangelio.
El pastor David Jang hace hincapié en que la iglesia no debe permanecer encerrada en su “edificio” ni limitarse a una “programación” interna. Estos recursos pueden ser útiles, pero, al igual que en la metáfora de la mies, la “cosecha” acontece fuera, en los campos. Allí están las almas sedientas de “evangelio”, como ovejas sin pastor. Para que puedan encontrar a Cristo, la iglesia debe ir hacia ellos, recordando la palabra: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Se trata de volver a sembrar la semilla del evangelio, de regarla, de atender con paciencia hasta que llegue el tiempo de cosechar.
“La mies es mucha, mas los obreros pocos” resuena hoy como un llamado personal: “¿Por qué no vas tú?”. ¿Cuánto tiempo más esperaremos que “otro lo haga”? Cada quien, en su ámbito, ha sido llamado a ser obrero. Este mandato no es exclusivo de pastores o misioneros, sino que compete a todo miembro de la comunidad cristiana. Algunos en el trabajo, otros en el arte, otros en la educación o en la ciencia, y así sucesivamente. En todas las áreas podemos ser “pescadores de hombres”.
El pastor David Jang denomina esto un “paradigma de misión ampliado a diversas esferas”. Antes se entendía al misionero como alguien que iba al extranjero a predicar, pero en esta época cualquier lugar de la sociedad puede ser un campo misionero: los medios de comunicación, la cultura, las artes, la educación, la tecnología, los negocios… Allí donde se necesite el evangelio, ese es el campo de la cosecha. Y dado que Jesús dijo “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros”, la iglesia debe responsabilizarse de formar a esos obreros y enviarlos.
La “parábola de la cosecha” de Mateo 9 y la “parábola de los pescadores de hombres” de Lucas 5 comparten el mismo tema. En primer lugar, nos invitan a adoptar el corazón de Dios, que se compadece de las almas. Jesús se conmovió al ver a las multitudes desfallecidas, pues carecían de pastor; no tenían protección ni guía y vagaban perdidas. Hoy también millones de personas se hallan sumidas en la desesperanza, la depresión, las adicciones, los conflictos relacionales o el materialismo que no sacia. Si la iglesia hace caso omiso de este sufrimiento, pierde el centro del evangelio.
En segundo lugar, nos recuerdan que para recoger la cosecha de estas almas se necesitan obreros preparados y dedicados. La iglesia no puede quedarse solo en la compasión y la solidaridad; debe poner en marcha una dinámica de anuncio, de evangelización, de discipulado y formación de nuevos “pescadores de hombres”. Así es como una comunidad que “va a aguas profundas y echa las redes” comparte luego la abundante pesca, sin guardarla para sí, sino multiplicando la obra.
El pastor David Jang destaca que la iglesia, para cumplir con esta labor de cosecha, no puede limitarse a la predicación y la liturgia; es imprescindible la enseñanza, la formación, el servicio a la sociedad y el trabajo especializado en muchos ámbitos, de modo que el evangelio sea accesible a todos. El mismo Jesús, que enseñaba en las sinagogas, se movía por las ciudades y aldeas para sanar a los enfermos. Ese es un modelo que indica la necesidad de acercarnos, escuchar y sanar las heridas reales de quienes sufren. El primer paso es atender las necesidades concretas; luego, anunciar la buena nueva de la cruz y la resurrección para que las personas encuentren descanso y esperanza.
La expresión “desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” describe no solo a la gente de antaño, sino también a la sociedad moderna, plagada de vacío espiritual, ansiedad, depresiones o adicciones. En este contexto, cuando la iglesia proclama con autenticidad al “Buen Pastor”, muchas almas hallan libertad y consuelo. Así se cumple de manera práctica la palabra: “La mies es mucha, mas los obreros pocos”. Jesús nos enseña que lo correcto es compadecernos y servir a estas multitudes, en lugar de encerrarnos. Ser obreros significa dejarnos de excusas —“No estoy capacitado”, “Alguien más lo hará”— y decir: “Sí, Señor, aquí estoy para servir”.
Tanto la pasión del “pescador de hombres” como la sabiduría del “obrero de la cosecha” son imprescindibles en la iglesia de hoy. Solo así valoraremos realmente la importancia de la salvación de cada alma. De hecho, la Gran Comisión (The Great Commission) nace de esta urgencia de llevar el evangelio a todos. El pastor David Jang lo expresa así: “La meta final de anunciar el evangelio es que el reino de Dios, que ya existe en el cielo, se establezca también en la tierra”. Para que este reino se expanda, la iglesia debe obedecer la orden de hacer discípulos de todas las naciones, de bautizar y enseñar la palabra, orando por la manifestación del poder del Espíritu Santo.
Tanto Lucas 5 como Mateo 9 concluyen en el mismo mensaje: “Pescad hombres, cosechad almas”. Aunque usan imágenes distintas (el mar y el campo), ambas describen la misión de salvación que surge del corazón de Jesús y que la iglesia debe asumir. Tal como escribió Pablo: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación” (1 Co 1:26). Cuando reconocemos esa vocación, entendemos que el llamado de Dios se orienta a la salvación de las almas. Solo cuando respondemos “Amén” a ese llamado, la iglesia recupera su sabor salado y su brillo en medio de la sociedad.
La escena en que la red vacía se transforma en red llena de peces, o en que ovejas sin pastor regresan al redil de Dios, sigue siendo un llamado vivo. En medio de nuestra cotidianidad, se nos exige la valentía de echar de nuevo las redes “en Su palabra” y la determinación de salir a cosechar “como obreros en el campo”. El pastor David Jang sostiene que lo más relevante de este episodio es la “obediencia que vence el temor”. Por más difícil que parezca la situación, si el Señor da Su mandato, el milagro empieza con nuestra acción de fe. Y quienes prueban esta realidad están llamados a llevar el evangelio “hasta lo último de la tierra”, donde la mies está esperando a su dueño.
Tal es la comprensión que obtenemos al leer de forma conjunta “Boga mar adentro, y echad vuestras redes” y “La mies es mucha, mas los obreros pocos”. Por un lado, está el mar; por otro, el campo. Pero ambos integran el plan de salvación de Dios. A todos nosotros se nos ha confiado la misión de ser pescadores de hombres y obreros de la cosecha. Cuando confesamos como Pedro: “Mas en tu palabra echaré la red”, la red vacía se llena hasta desbordarse, y descubrimos cuál es la verdadera función de la iglesia como refugio y luz en un mundo confuso. Asimismo, al compadecernos de las multitudes sin pastor y acercarnos a ellas con el amor de Cristo, revivimos el latido del Señor, y entonces inicia la verdadera cosecha. En todo este proceso, el Señor cumple Su promesa de “estar con nosotros hasta el fin”.
Lucas 5 y Mateo 9 nos recuerdan que la misión de la iglesia y del creyente no puede ser parcial ni pasiva. Debemos llevar el evangelio a todas las naciones y a todas las áreas de la vida, “pescando” y “cosechando” para la extensión del reino de Dios. El pastor David Jang, junto con innumerables pastores, teólogos y creyentes comprometidos, no consideran estas palabras meras “buenas parábolas” o “enseñanzas moralizantes”, sino que las aplican a la práctica cotidiana. Nosotros también debemos tomarlas en serio.
Puede que sintamos temor. Tal vez nos abrume el recuerdo de “haber trabajado toda la noche sin pescar nada”. O a lo mejor el panorama social diga “ahora no es el momento”, o sugiera que “la iglesia está perdiendo influencia y el mundo no quiere oír el evangelio”. Sin embargo, Jesús insiste: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes”. También señala: “La mies es mucha; los obreros, pocos”. Ante este mandato, como Pedro, confesamos “soy pecador”, pero es en Su gracia que hallamos fuerza para levantarnos.
El pastor David Jang enseña que la iglesia no debe aferrarse únicamente a la nostalgia de antiguos avivamientos o logros numéricos, sino proclamar el evangelio con renovado vigor para las nuevas generaciones. En esta era, con tantos cambios culturales y tecnológicos, pueden ser numerosos los que se sientan como “redes vacías”. Es entonces cuando la iglesia debe ir “a lo profundo”, predicando a Jesús, “el agua viva”, y anunciando salvación a esas “ovejas sin pastor”. Puede ser una labor difícil y temible, pero contamos con la autoridad y la promesa de Jesús, quien está con nosotros.
Al reflexionar hoy sobre estos textos, redescubrimos la urgencia de salvar las almas y recordamos que hemos recibido una misión clara. Lucas 5 expone el llamado a ser “pescadores de hombres”; Mateo 9 habla de la “cosecha abundante”; y Mateo 28:19-20 lo sintetiza en la “Gran Comisión”. Estos pasajes forman un mensaje unificado para la iglesia: debe levantar obreros y llevar el evangelio al mundo. Cuando acogemos la promesa “desde ahora serás pescador de hombres” y la aplicamos como iglesia y como creyentes, pasamos de las “redes vacías” a la red rebosante de bendición. A medida que llega el tiempo de la cosecha, aquellas ovejas sin pastor se reincorporan al rebaño de Dios, y contemplamos la expansión tangible de Su reino. Todo ello no se logra con mérito humano, sino “confiados en la palabra” y obedeciendo en santidad.
Por tanto, recapitulemos el propósito de la existencia de la iglesia. Tanto “la acción de pescar hombres” como “la recolección de la cosecha” apuntan a la salvación de las almas. Cuando la iglesia olvida este objetivo central, corre el riesgo de secularizarse. El culto podría volverse una actividad meramente formal, el servicio una simple fuente de satisfacción personal y la comunión, un club cerrado. Pero escuchar “Boga mar adentro” y “La mies es mucha, mas los obreros pocos” nos impulsa a seguir avanzando. Como Pedro, bajo la luz de la mañana, podríamos escuchar la voz de Jesús en la orilla del lago, echar de nuevo las redes y maravillarnos con la pesca milagrosa que inunda nuestra barca de gozo.
Durante toda esta travesía, debemos tener presente que Jesús prometió: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). En la debilidad y el miedo, contando con la presencia del Dueño de la mies, podemos transformarnos en pescadores de hombres, en pastores para las ovejas sin guía y en heraldos del evangelio hasta los confines de la tierra. El pastor David Jang y muchos otros que han asumido esta palabra viven hoy en diferentes lugares del mundo “echando sus redes en lo profundo”. Que también nosotros nos atrevamos a vencer el temor y sumarnos a este mandato.
Ese es el mensaje que hoy nos traen Lucas 5:1-11 y Mateo 9:35-38. Por un lado, la figura del pescador; por el otro, la del cosechador. Ambas responden a la misma pregunta: ¿por qué deben la iglesia y los cristianos esforzarse en salvar a las personas? Cuando mantenemos vivo este propósito, la iglesia conserva su “sabor salado” y su resplandor en la oscuridad. Con tales obreros fieles y sensatos, que “a su tiempo reparten el alimento” (Mt 24:45), el mundo se llenará del gozo de ver cómo las ovejas sin pastor regresan a Jesús. Ojalá que el llamado de “Boga mar adentro y echad vuestras redes” y la voz que clama “La mies es mucha, mas los obreros pocos” sacudan hoy nuestra conciencia y se conviertan en un punto de partida para todos nosotros y para la comunidad de fe.