La Restauración de la Fe en la Resurrección – Pastor David Jang


1. El Aposento Alto de Marcos en Jerusalén, el lugar de la fe en la resurrección

El Aposento Alto de Marcos en Jerusalén es un lugar con un significado muy especial en la historia de la Iglesia cristiana, y al mismo tiempo, un espacio que brinda una profunda visión espiritual a las comunidades eclesiásticas de hoy. Según se relata, en este aposento ocurrió la escena fundamental que abarca los capítulos 1 y 2 del libro de Hechos, donde nació la Iglesia primitiva y sucedió el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo. En Hechos 1, se narra el momento en que el Jesús resucitado concluye su ministerio terrenal —justo antes de ascender— dando a sus discípulos sus últimas instrucciones y promesas. A su vez, este Aposento Alto trasciende el concepto de mero espacio físico, pues simboliza “el lugar donde la Iglesia primitiva, aun en medio del temor, se reunió en el corazón de Jerusalén y provocó un cambio histórico”.

El pastor David Jang describe esta escena así: “Aunque los discípulos estaban paralizados por el miedo y el terror, después de su resurrección, Jesús se les apareció durante unos 40 días, los restauró y les infundió fe, haciéndolos reunirse de nuevo en Jerusalén”. Los discípulos se habían dispersado hasta Galilea, pero solo tras encontrarse con el Jesús resucitado pudieron volver a Jerusalén, armados con la “fe en la resurrección”. Este caso muestra claramente el poder transformador de la resurrección dentro de la comunidad de fe, y el Aposento Alto de Marcos se ubica en el punto de partida de dicha transformación.

Ahora bien, ¿por qué debía ser precisamente Jerusalén? Fue la ciudad en que Jesús fue arrestado y crucificado, un lugar asociado a recuerdos sumamente dolorosos y aterradores para los discípulos. Tras la muerte de su Maestro en la cruz, muchos de sus seguidores se dispersaron por completo. Sin embargo, el Señor mismo, con su propia voz, les encomendó: “No os vayáis de Jerusalén, sino esperad la promesa del Padre” (Hch 1:4-5), insistiendo en que se reunieran de nuevo en aquel lugar que tanto temor les provocaba. El pastor David Jang lo interpreta así: “La obra de Dios siempre trasciende nuestras expectativas y nuestro sentido común. La fe en la resurrección se manifiesta cuando, en el lugar más desesperante, se ejerce el poder que transmite la mayor esperanza”.

La característica de la fe en la resurrección radica en la convicción de que “la muerte no es el fin”. Aunque los discípulos, en algún momento, temieron que tras la ejecución de Jesús también ellos fueran arrestados y ejecutados, al contemplar que verdaderamente venció el poder de la muerte y volvió a la vida, experimentaron “una nueva era más allá de la muerte”. Por eso, en Hechos 1:3, se testifica que, durante los 40 días posteriores a su resurrección, Jesús enseñó “acerca del reino de Dios”. Este “reino de Dios” no alude a una mera idea escatológica o filosófica, sino a una dirección práctica acerca de con qué poder debía edificarse la Iglesia en la realidad presente y cómo debía avanzar. Uno de sus puntos centrales era: “Partid desde Jerusalén”.

El pastor David Jang señala: “Podemos definir como ‘la manifestación real de la fe en la resurrección’ el hecho de que las personas se levanten de nuevo en el lugar en que más débiles se sintieron y cayeron”. Así subraya la enseñanza que deja el Aposento Alto de Marcos. Cuando los discípulos se reunieron al principio en ese aposento, seguramente el ambiente era uno de extremo sigilo. Tras los acontecimientos de la cruz, el cuerpo de Jesús yacía en el sepulcro, y las autoridades planeaban perseguir a quienes habían seguido al Crucificado. Por tanto, aquel aposento probablemente se utilizó solo como un refugio momentáneo para orar en secreto. Sin embargo, el Señor no dijo “deténganse ahí y no hagan nada”, sino “esperen hasta recibir el Espíritu Santo”. Así, aquel lugar pasó de ser un “refugio impotente” a convertirse en la “fuente de poder”, gracias a la venida del Espíritu Santo.

En efecto, cuando el Espíritu Santo descendió (Hechos 2), ellos dejaron de ser discípulos temerosos escondidos tras cerradas puertas. El aposento, antes marcado por el pánico, se transformó en el escenario donde se manifestó la convicción de la resurrección y la potencia del Espíritu Santo, de manera que los discípulos salieron a las calles de Jerusalén a predicar el evangelio con valentía. Según el pastor David Jang: “La resurrección, si se queda solo a nivel doctrinal, no tiene sentido; sin embargo, cuando la fe en la resurrección se convierte en el poder que trastoca la vida real, entonces incluso dentro de la ciudad de Jerusalén, donde el temor abundaba, se ve a la gente actuar superando el miedo”.

Este “actuar la fe” se evidencia en todo el libro de Hechos: se inicia en Jerusalén, pasa por Samaria y toda Judea, y se extiende hasta lo último de la tierra en un gran itinerario de proclamación histórica del evangelio. La primera escena de esta fe puesta en acción se ve en el suceso de Pentecostés (Hechos 2), cuando aquellos que antes estaban escondidos en el aposento salen a la calle, proclaman el evangelio y, en un solo día, miles se arrepienten y reciben el bautismo. Y el punto de ignición de este fenómeno fue precisamente el Aposento Alto de Marcos.

Además, este aposento ha sido llamado “la matriz” o “el útero de la Iglesia”. La razón es que el surgimiento de una nueva era se asemeja al nacimiento de una nueva vida: mediante la certeza en el Señor resucitado y la venida del Espíritu Santo, brotó allí una “nueva comunidad”. Mientras Jesús vivía entre ellos, los discípulos se encontraban en un período de formación (recibían enseñanza y caminaban junto al Maestro). Sin embargo, tras la ascensión de Jesús y la llegada del Espíritu Santo, estos discípulos se convirtieron en “pilares de la comunidad eclesiástica”, asumiendo la responsabilidad de expandir el evangelio por iniciativa propia. El corazón de ese punto de inflexión fue el Aposento Alto, y la fuerza motora que lo impulsó fue la fe en la resurrección.

Recordando la escena de la restauración de Pedro en Juan 21, podemos comprender cómo se encontraron con el Jesús resucitado y cómo confirmaron de nuevo su misión para regresar a Jerusalén en obediencia. Luego de que Pedro negara tres veces a Jesús, el Maestro le preguntó tres veces: “¿Me amas?”, y Pedro confesó su amor. Solo entonces aquel discípulo, derrumbado por su traición, pudo abrazarse a sí mismo y renacer como la “roca” (Pedro). Para el pastor David Jang, este pasaje enseña que “la Iglesia no se mueve por programas o capacidad organizativa, sino que su fuerza motriz se halla en el ‘amor al Señor’. Ese amor nace de la resurrección del Señor y se afianza en la gracia de Aquel que nos acoge cuando la confesamos con nuestra boca y la creemos en el corazón”.

Así, el Aposento Alto de Marcos también representaba esa “confesión”, “arrepentimiento” y “fe” reunidos en un mismo espacio. Los discípulos que lo negaron, que se dispersaron, regresaron y formaron una sola comunidad, hallando el coraje para sobreponerse a la desesperanza y congregarse, gracias a la resurrección del Señor y a la promesa del Espíritu Santo. “Cuando relacionamos la escena de la pasión de Jesús (Mateo 26 y siguientes), con la imagen de los discípulos que vuelven a Galilea en Juan 21 y finalmente regresan a Jerusalén en Hechos 1, comprendemos el mensaje real de la fe en la resurrección para la Iglesia contemporánea”, recalca David Jang.

De este modo, el Aposento Alto de Marcos se convirtió en el lugar de “la transformación: del temor a la valentía, de la dispersión a la reunión, de la vergüenza y negación al arrepentimiento y la confesión”. La Iglesia de hoy necesita meditar profundamente sobre este punto. El mensaje es que “si la Iglesia, llegado cierto momento, permanece escondida por temor a ser señalada o perseguida socialmente, necesita de nuevo la llama del Espíritu que descendió en el Aposento Alto de Marcos”. Esta es la aplicación presente de la fe en la resurrección. Al creer que Jesús, vencedor de la muerte, sigue obrando en medio de nosotros para edificar Su Iglesia y respaldarla en su misión de predicar valientemente el evangelio en pleno corazón del mundo, podemos emprender el camino “desde Jerusalén hasta lo último de la tierra” con gozo.

A la luz de todo esto, el pastor David Jang insiste en que “no consideremos el Aposento Alto de Marcos solo como un lugar histórico, sino que cada Iglesia hoy restaure su propio ‘aposento alto’”. Podría ser “el lugar donde anhelamos la presencia del Espíritu y oramos” o “el lugar donde sostenemos y confesamos unidos la fe en la resurrección”. Reunirse a orar en el aposento alto no es huir o esconderse, sino “detenerse a recibir poder con el fin de salir al mundo”, tal como Jesús prometió a sus discípulos: “Dentro de no muchos días seréis bautizados con el Espíritu Santo” (Hch 1:5). Esa promesa se cumplió en el Aposento Alto, y así la Iglesia primitiva, lejos de ser exterminada, se extendió hasta los confines del mundo.


2. La elección de Matías: la restauración de la Iglesia al llenar el vacío de Judas

En la segunda parte de Hechos 1, los discípulos pasan por el suceso de completar el puesto del duodécimo apóstol. En ese tiempo intermedio entre la Pascua de resurrección y Pentecostés, uno de los grandes temas era “¿Qué hacer con la traición de Judas Iscariote, a quien Jesús había llamado para ser uno de los Doce, y con las consecuencias de sus actos?”. Judas vendió a Jesús por treinta monedas de plata y luego se suicidó. Además, según Hechos 1:18, con el dinero de su injusto salario compró un terreno, y allí pereció con sus entrañas desparramadas, convirtiéndose en un símbolo de la “tragedia del precio de sangre”.

El pastor David Jang describe la tragedia de Judas como “el crimen más grave cometido por alguien que estaba en la posición más cercana a Jesús”. Judas era el encargado del dinero dentro de la comunidad de discípulos; es decir, manejaba las finanzas y el servicio, un rol de gran importancia. Lo mismo ocurre en la Iglesia: a menudo, quienes administran las finanzas y el servicio han de hacerlo con la mayor llenura de gracia, pues se trata de un puesto crucial, pero también puede ser el canal por donde se filtren las tentaciones y el engaño de Satanás. Esto ocurre porque para sostener la comunidad se necesita dinero, y ese mismo dinero puede tocar intereses mundanos o ambiciones personales. Por eso la Biblia reitera advertencias contra “el amor al dinero, raíz de toda clase de males” (1 Ti 6:10), y relata que la Iglesia primitiva “tenía todas las cosas en común y repartía a cada uno según su necesidad” (Hch 2:45, 4:34) para no corromperse atándose a lo material.

Sin embargo, Judas, preso de la codicia y de cálculos políticos, sucumbió a la influencia de Satanás y entregó a Jesús. Aunque sintió remordimiento poco después, no llegó a un verdadero arrepentimiento, sino que puso fin a su vida de forma trágica, dejando a la Iglesia con la penosa experiencia de haber “perdido a uno de los Doce”. Los Doce Apóstoles simbolizaban las doce tribus de Israel y eran como “las puertas” de la nueva comunidad pactada, designada por el mismo Jesús. Una de esas puertas se vino abajo; restaurarla era una tarea urgente.

Así, en Hechos 1, la comunidad primitiva se reúne para subsanar esa vacante. En esa asamblea eclesial, se elige al nuevo apóstol para ocupar aquel lugar, que resultó ser Matías. Al observar el proceso, aprendemos cómo la Iglesia aborda sus crisis. En Hechos 1:21-22, Pedro propone: “Debemos buscar a alguien que sea testigo de la resurrección de Jesús con nosotros. Ha de ser uno que haya estado con nosotros todo el tiempo, desde el bautismo de Juan hasta el día en que el Señor fue llevado al cielo”. Finalmente, surgieron dos candidatos, y la Iglesia primitiva, por medio de la oración y la suerte, eligió a Matías.

El pastor David Jang destaca varios puntos relevantes:

  1. La primitiva Iglesia consideró “ser testigo de la resurrección” como requisito principal. El propósito de la existencia de la Iglesia es dar testimonio del Señor resucitado, por lo que la misión fundamental de un apóstol también era proclamar la resurrección. Matías, al igual que el otro candidato, era uno de los que habían presenciado de cerca el ministerio, el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús, acompañando siempre a los Doce.
  2. Llama la atención el proceso de decisión: se acuerda en comunidad, se ora y, finalmente, se recurre al sorteo (echan suertes). De esta manera, la Iglesia demuestra que no escoge líderes por cálculos humanos ni compromisos políticos, sino que rinde su destino a la soberanía divina.
  3. Aunque la Biblia no describe en detalle los logros posteriores de Matías, sí muestra que, gracias a esta elección, los Doce recobraron su totalidad y estuvieron listos para recibir al Espíritu Santo en Pentecostés.

¿Por qué es importante este suceso? Antes de la venida del Espíritu, lo primero que hizo la Iglesia fue “restaurar el equipo de liderazgo (el grupo de apóstoles)”. Probablemente, sin sanar la herida y el vacío dejados por Judas, la Iglesia difícilmente podría haber estado unida. Seguramente en los corazones persistía el resentimiento de “uno de los nuestros traicionó al Señor”, y la confianza mutua entre los discípulos debía ser renovada con urgencia. Asimismo, los discípulos, que se habían dispersado, se reunieron de nuevo en Jerusalén para orar y comprometerse con firmeza: “Nunca más volverá a ocurrir una traición así”.

El pastor David Jang señala: “La historia de Judas muestra cuán profundamente puede desmoronarse la comunidad debido a la traición de un líder dentro de la Iglesia”. Por ello, la Iglesia primitiva no silenció ni escondió el caso de Judas, sino que en los albores mismos de su surgimiento se encargó del problema con transparencia. El dinero ensangrentado fue arrojado al templo y sirvió para comprar “el Campo de Sangre” (Mt 27:5-8), algo que se hizo público. La Iglesia, lejos de ocultar esa vergüenza, la interpretó como parte del cumplimiento de la profecía (en Jeremías o los Salmos), oró unánimemente y designó al sucesor de Judas con la convicción de la Palabra.

Así, Matías heredó el lugar de apóstol y la Iglesia recuperó el número de Doce, fortaleciéndose en la unidad espiritual para recibir la efusión del Espíritu en Pentecostés. Gracias a la unción del Espíritu, los apóstoles partieron desde Jerusalén para llevar el evangelio por toda Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra. Si la división y la herida causadas por Judas hubiesen quedado sin resolver, la Iglesia se habría derrumbado incluso antes de comenzar. Pero, por el contrario, al exponer la herida y resolverla públicamente, la Iglesia se renovó y maduró.

Bajo otra perspectiva, la caída y muerte de Judas infundió en la Iglesia primitiva la conciencia de que “nadie puede confiarse en este camino”. Un hombre que anduvo junto a Jesús durante tres años, presenció milagros y escuchó su Palabra, e incluso fue encargado de la bolsa de dinero, se desplomó. Esto recuerda a todos los miembros de la comunidad que en cualquier momento pueden ser blanco de la tentación si no vigilan en oración y permanecen en la Palabra y el Espíritu. El pastor David Jang advierte: “Lo mismo puede ocurrir con los líderes actuales de la Iglesia. Por muy extraordinario que alguien parezca, si no se examina continuamente en la Palabra y en el Espíritu, y no vela en oración, Satanás puede utilizarlo en cualquier momento”. De hecho, la historia eclesiástica está llena de traiciones y caídas. Sin embargo, cada vez, Dios suscita nuevas personas —como Matías— para ocupar el vacío y proseguir su obra.

¿Qué aprendemos hoy de la elección de Matías?

  1. Que la Iglesia ha de cubrir los puestos de liderazgo más importantes mediante la oración y el consenso comunitario, evaluando, sobre todo, la “fe genuina en la resurrección” y la “comunión constante con el Señor”. Capacidades, fama o habilidades políticas no pueden ser el criterio. Es decisivo el testimonio de “haber estado con el Señor en su sufrimiento, muerte y resurrección” y poder confesar esa fe de corazón.
  2. Cuando surgen grandes heridas en la Iglesia, ya sea por la traición de un líder o por otro motivo, no se debe tratar como un problema individual ni esconderlo, sino que la comunidad entera ha de sufrir, orar y buscar “la forma de sanar” a través de la Palabra y la oración. Tras la caída de Judas, la Iglesia primitiva no malgastó energías en criticarlo sin más, sino que buscó en la Escritura y la revelación el modo de abrir “un nuevo camino”.
  3. Todo este proceso apuntaba, en última instancia, a la venida del Espíritu Santo. ¿Por qué la Iglesia, antes de Pentecostés, se ocupó de este asunto? Porque necesitaban presentarse “en una condición íntegra” para recibir al Espíritu. Si la injusticia y el caos no hubieran sido subsanados, habrían dificultado la gran obra del Espíritu. El pastor David Jang enfatiza: “Antes de hablar del mover del Espíritu, el avivamiento o el crecimiento, la Iglesia debe tratar con sinceridad el pecado y la injusticia en su interior, y si hay líderes caídos, no encubrirlos, sino buscar la sanación genuina”.

En ese sentido, el paso de “dejar atrás a Judas y levantar a Matías” es un símbolo de que, “aunque la Iglesia sufra la peor de las heridas, Dios siempre proporciona un camino de restauración dentro de Su plan”. Por supuesto, Judas no fue rechazado desde el inicio; él mismo eligió su camino y terminó en la fatalidad. La Iglesia extiende a todos la invitación a la salvación, pero si una persona la rechaza hasta el final, la tragedia es inevitable. Sin embargo, la Iglesia, en vez de ocultar la tragedia, debe buscar la fuerza de la renovación y el arrepentimiento. En ese camino, la “fe en la resurrección” resulta clave.

La fe en la resurrección es la creencia en “el poder de Dios que destruye la muerte y trae vida nueva”. Judas fue quien desencadenó la muerte de Jesús; luego el remordimiento lo consumió, mas Jesús resucitó, abriendo la senda de la vida. El impacto y el miedo que dejó la traición de Judas se superó con la esperanza que brota de la resurrección de Jesús. Cuando Matías llenó ese vacío, los Doce recobraron su unidad y esperaron unidos al Espíritu Santo. Con la venida del Espíritu, empezaron a predicar el evangelio con valentía en Jerusalén. En los primeros capítulos de Hechos (del 1 al 4), Pedro y Juan, ante la guardia del templo y las autoridades religiosas, declararon sin temor: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4:12). Es evidente que este Pedro ya no es el mismo que negó a Jesús tres veces antes de que el gallo cantase. Ahora es un hombre restaurado en el Aposento Alto de Marcos, lleno del Espíritu, y representante de los “Doce Apóstoles completos” junto a Matías, predicando con denuedo el evangelio. Y en ello se encierra un poderoso mensaje: “Dios también ha restaurado el puesto de aquel líder caído”.

El pastor David Jang comenta que, “así como la Iglesia experimentó sanidad tras perder a Judas y ganar a Matías, del mismo modo la Iglesia actual, herida y ensangrentada, puede recibir sanidad y ser llenada de ‘vino nuevo’”. No es solo historia antigua, sino que en la actualidad abundan conflictos, corrupción y traiciones en la Iglesia. Siempre se plantea la cuestión de cómo escoger a un “nuevo Matías” para ordenar la comunidad y disponerse a recibir la obra del Espíritu.

La Iglesia es “la comunidad que abre una era nueva por medio del Espíritu”, al tiempo que atraviesa muchas intersecciones entre “traición y arrepentimiento, muerte y resurrección, desaliento y restauración” para crecer. Judas Iscariote aceleró la muerte de Jesús; Matías llenó aquel lugar vacío, propiciando la expansión del evangelio. Pedro huyó negando al Señor, pero Jesús lo buscó de nuevo en Juan 21, para que confesara su amor, y en Hechos se convirtió en el primer predicador. Una vez reestructurados los apóstoles, la Iglesia primitiva contempló en el Aposento Alto la venida del Espíritu. Desde ese instante, la Iglesia no se ocultó más, sino que salió a predicar el evangelio, provocando un gran revuelo en Jerusalén.

¿Puede la Iglesia de hoy experimentar algo similar? Para el pastor David Jang, “por supuesto que sí. Sin embargo, la condición es que la Iglesia crea realmente en el poder de la resurrección, confronte sus problemas internos (traición, corrupción, desconfianza) con arrepentimiento y oración, y busque la guía total del Espíritu”. El Aposento Alto de Marcos y la elección de Matías ilustran perfectamente cómo la Iglesia vive de manera tangible el poder de Jesucristo resucitado y cómo supera los conflictos y heridas internas para iniciar una nueva etapa.

La esencia del cristianismo, representada por la fe en la resurrección, proclama que “la muerte, la desesperanza y el fracaso de este mundo no son la última palabra”. Incluso ante el caso desesperanzador de Judas Iscariote, la Iglesia prosiguió siglos de evangelización apoyada en un sustituto, Matías. Aunque en ocasiones seamos como Pedro, negando al Señor y abrumados por la culpa, en Juan 21 encontramos a un Señor que vuelve para restaurarnos, y, por esa gracia, somos conducidos al Aposento Alto de Marcos, no para permanecer en una impotencia sin salida, sino para recibir el poder del Espíritu y salir al corazón del mundo.

Así, la Iglesia primitiva culmina su trayectoria en el último versículo de Hechos 28 con la frase “sin impedimento alguno”, proclamando que nada pudo detener la propagación del evangelio. Pablo anuncia el evangelio incluso en su prisión en Roma, y Pedro, según la tradición, terminó su carrera crucificado cabeza abajo. Pero incontables discípulos ocuparon su lugar, de modo que, aunque la Iglesia sufra vacilaciones y tropiezos, por la fe en la resurrección y el poder del Espíritu se levanta una y otra vez. Que uno de los Doce cayera no impidió que Dios restaurara el apostolado y extendiera Su obra hasta los confines de la tierra.

La elección de Matías sintetiza tanto la “restauración” como el “avance”. Al sanar la herida interna de la Iglesia y basarse en la fe en la resurrección, se abre un horizonte de mayor alcance. Ese mensaje sigue siendo vigente hoy, donde cada líder enfrenta multitud de conflictos y problemas en su campo ministerial. Volver la mirada hacia la Iglesia primitiva nos enseña que la respuesta está en “la sólida confesión de la resurrección, la espera en el Espíritu y la transparencia comunitaria”.

El pastor David Jang, a modo de conclusión, expresa: “La resurrección es poder. Cuando ese poder obra en nuestro corazón, vivifica a las personas, a la Iglesia y al Cuerpo de Cristo. Por grande que sea el traidor, la Iglesia, con la ayuda de Dios, puede hallar la vía de la restauración y un nuevo comienzo. Así como la caída de Judas no significó el fin de la historia eclesiástica, las profundas heridas que enfrentamos hoy tampoco pueden anular la promesa del Reino de Dios”.

Esta es la razón por la que “el Aposento Alto de Marcos y la elección de Matías” se vinculan de modo decisivo. El Aposento Alto de Marcos fue el lugar donde los discípulos escondidos, llenos de miedo, recibieron al Espíritu y comenzaron a predicar con valentía. La elección de Matías, por su parte, ilustra cómo la Iglesia superó la traición y la muerte de uno de los suyos, recuperando su “comunidad completa”. Ambas historias muestran cómo las dinámicas de traición, negación y miedo en la Iglesia se transforman en restauración y poder mediante la resurrección del Señor y la presencia del Espíritu. Aun con lágrimas y recuerdos amargos, la gracia de Dios estuvo presente, y la Iglesia salió de Jerusalén para llevar el evangelio hasta los confines de la tierra.

Lo mismo se aplica a la Iglesia de hoy: si una comunidad, al igual que el Aposento Alto de Marcos, recupera su propio “aposento alto” y se llena de fe en la resurrección, y si sabe enfrentar el problema que dejó un “Judas” de manera tan transparente como se hizo al elegir a “Matías”, podrá experimentar una nueva obra del Espíritu. El acontecimiento de Pentecostés no fue un suceso aislado en un punto del pasado, sino un movimiento divino que puede repetirse en la Iglesia de cualquier generación y lugar.

Esta enseñanza se alinea con la insistencia del pastor David Jang en la “dimensión práctica” de la fe en la resurrección. Si solo entendemos la resurrección de Jesús de manera intelectual, se queda en doctrina. Pero la Iglesia primitiva hizo de la resurrección su fuerza vital, demostrando que incluso la traición, el sufrimiento y la muerte ya no eran el final. Que Pedro y los apóstoles predicaran con osadía en pleno centro de Jerusalén, frente a quienes deseaban matarlos, ejemplifica cuán real y explosiva podía ser su vivencia de la resurrección.

Por tanto, ante la pregunta “¿Qué es la Iglesia?”, podemos responder: “Es la comunidad que, partiendo del Aposento Alto de Marcos en Jerusalén, superó la traición de Judas restaurando su apostolado con Matías, recibió la venida del Espíritu en Pentecostés y se extendió hasta los confines de la tierra”. Tal identidad trasciende la historia y sigue siendo válida hoy. Mientras la Iglesia custodie la fe en la resurrección, sus puertas jamás se cerrarán definitivamente. Puede tambalear o caer de vez en cuando por causas internas o externas, pero Dios levantará nuevas personas para recomponerla y derramar otra vez Su Espíritu. Así prosigue la sucesión del evangelio “desde Jerusalén hasta Roma y luego por todo el mundo”, un patrimonio de fe que la Iglesia contemporánea ha heredado.

La exhortación final del pastor David Jang también apunta a ello: “Necesitamos restaurar el aposento alto actual; cuando ocurra traición y fracaso, en vez de encubrirlo, hemos de buscar una solución verdadera mediante el arrepentimiento y la transparencia, abrazando la oportunidad de un nuevo comienzo que Dios ofrece. En el centro se halla el ‘Señor Resucitado’ y la misión evangelizadora que Él desea cumplir a través de la Iglesia”. Si respondemos con obediencia a este llamado, la historia de Hechos no se detendrá, sino que continuará manifestándose en nuestros días.

www.davidjang.org

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